Autosia -Manuel Zapata R.

Aun me parece escuchar el ruido de las palas cavando, en aquella tumba, a la luz temblorosa de las linternas, y sentir ese olor pestilente, nauseabundo a perro muerto, que me revuelve las tripas. Entonces tan solo tenía 12 años, mis dos hermanos mayores José y Moisés me sacaron de la cama y sin darme explicaciones, sin entender el porque me llevaban, caminaba mientras me ponía una chamarra, a donde vamos les preguntaba, vamos a realizar un trabajo y tu nos vas a alumbrar, y de esto que vamos hacer no se lo cuentes a nadie, entendiste a nadie, así me dijeron. Caminábamos por las solitarias calles de Zacapala este pueblo rascuache, olvidado, sin electricidad, sin carretera sin ningún servicio, donde naciera y creciera mi padre, donde se forjo y curtió con el trabajo bajo el sol como todos los de aquí, de niño trabajo en el trapiche de panela y de grande estudio medicina, además de agricultor ejercía como medico del lugar, aquí conoció a una linda chica, que caminaba derechito con un cántaro en la cabeza, trayendo agua del poso, se enamoro y se caso uniendo sus vidas para siempre.

Los perros embravecidos nos atacaban, apenas nos librábamos de unos y mas adelante salían otros, frente a la casa de don Agustín Hernández había un gran ámate, un árbol gigantesco que siempre me dio temor, en la negrura total, los murciélagos revoloteaban mientras comían higos, siempre que pasaba por la noche lo hacia lo mas pronto posible, mientras rezaba una oración, volteando a cada rato con el temor de encontrarme con algún aparecido, el muerto como decimos acá y esta vez no fue la excepción, como espectros en la oscuridad. Llegamos al panteón, que se encontraba fuera del pueblo, un lugar miserable, apenas rodeado por una bardita de piedras sobrepuestas, pero que me daba miedo traspasar, ahí nos esperaba otra persona que se hizo notar con un chiflido, era don Arnulfo, un campesino muy amigo de mi padre, lo reconocí en cuanto lo vi. y nos dijo---traje aguardiente porque no encontré alcanfores. hablaba en voz baja como si temiera despertar a los muertos, y eso me daba mas miedo,-- pues a trabajar muchachos, dijo en un cuchicheo que me dio escalofrió,-- lastima que solo tenemos media luna, y todos volteamos al cielo resplandeciente lleno de estrellas, caminamos hasta una tumba reciente, pusieron un morral con herramientas a un lado, y en mi mano un reflector de pilas, nos vas a alumbrar bien no te estés durmiendo, que me iba yo a dormir tenia los ojos bien pelones, y la piel chinita, me senté en otra tumba y ponía la luz donde estaban cavando, paleaba uno se cansaba pasaba el otro, con el polvo la luz formaba un haz, donde cientos de mosquitos y polillas se remolinaban sin cesar, ---pero si aquí apenas enterraron a Jacinto, el muchacho que mataron hace como 5 días, porque lo vamos a sacar?, les pregunte, don Arnulfo que descansaba se echo un trago de aguardiente, escupió y se limpio la boca con el dorso de la mano, comenzó a hablar salpicando saliva, porque lo vamos a destazar, pa sacarle las balas, porque a tu Papacito lo metieron al bote porque no le hizo la astosia, yo lo fui a ver a Tepexi, junto con tu hermano Miguelito el se quedo allá y le dije manito no te preocupes aquí arreglamos eso, por eso, nomás por eso, luego brinco al hoyo para seguir cavando, --pero que paso díganme, mi hermano Moisés que salio sudando inicio el relato ya sin hablar quedito, solo pausado agitado por la respiración del esfuerzo, pero mas bien parecía una voz con rencor.—El día que lo mataron, te has de acordar a un lado del correo, junto al ámate frente las casas que les dieron a los maestros, como no me voy a acordar si fue el domingo pasado le dije, con un paliacate se seco el sudor se sonó la nariz y continuo, pues su Mama doña Clara, se puso como loca y no era para menos, lloraba y gritaba abrazada de su hijo, cuando las autoridades trasladaron el cuerpo a la presidencia, se lo quitaron a jalones, no había forma de controlarla, ahí paso toda la noche, al asesino lo agarraron acá por la cuesta de Catarina se le pego don Manuel Huerta y don Nacho Fernández y lo alcanzaron, en la pistola no tenia ni un cartucho, como Papa es el medico legista le notificaron y se presento por la mañana, nosotros lo acampanábamos para ayudarle con los cortes, doña Clara le suplicaba llorando y de rodillas, que por favor no abriera a su hijo, se arrastra y besaba al cadáver, Papa conmovido por esto le dijo que no lo abriría que solo lo examinaría, entonces la señora le besaba las manos, y le gritaba cúremelo doctorcito cúremelo. Revisamos el cuerpo solo tenia 3 impactos, dos orificios de entrada en el pecho, uno de salida, orificio de entrada en muslo con fractura del hueso y sin orificio de salida, se tomo nota y nos fuimos, se lleno la papelería como si se hubiera realizado, medidas y trayectoria, órganos afectados, pidió la pistola asesina y consiguió cartuchos, nos fuimos a la huerta, después de pensar y pensar concluimos que la mejor manera para obtener una bala que se incrusto en un hueso, era poniendo dos palmeras de plátano y en el centro una madera, el proyectil dañado se recupero en la segunda palmera, se coloco en un sobre y se envió junto con la pistola. Ayudaron a salir a don Arnulfo mientras comentaba,-- ya vamos mas de la mitad, se sentó en cuclillas junto a mi, podía ver sus huaraches de correas y sus pies agrietados, con las uñas largas y curvas, podía sentir el olor a sudor y aguardiente, saco una cajetilla de cigarros “alas” se llevo uno a la boca y lo prendió, suspiro sacando el humo saboreándolo como si fuera el ultimo que fumara, pero no hice el menor gesto de desagrado, yo también apreciaba a aquel hombre sincero, de alma pura que se jugaba el pellejo por un amigo, comenzó a hablar pausado mientras fumaba, --un cabrón de aquí se rajo, y nomás por chingar denunció a mi compa, pa mi que es el secretario, mañana van a venir a sacar al muertito, pero nos los vamos a joder, porque el trabajo va a estar hecho, verdad buena que don Cirito solo quería ser gente, les juro por esta, haciendo la señal de la cruz y besándola, que nunca le ha hecho mal a naidien, de pronto que se incorpora y asomándose—ya llegamos porque ya se siente el hedor, y efectivamente la pala pego en la caja, también yo de pie les alumbraba, la pestilencia invadió el lugar, palanqueando la pala, metieron cuerdas y con muchos esfuerzos y palabrotas la sacaron, era una caja de madera rustica sin agarraderas, al desclavar el olor penetrante nos hizo llorar, quitaron la tapa y el cuerpo solo estaba hinchado, lleno de ampollas, solo había dos pares de guantes mis hermanos se los pusieron, don Arnulfo vació el morral sobre la tapa, acomodando 3 charrascas, 2 tranchetes un formón, un martillo y un arco con segueta, un rollo de hilo y agujas curvas, por la sabana sacaron el cuerpo y lo pusieron en la tierra, hicieron un corte en la piel, desde el cuello hasta el ombligo, con el formón empezaron a cortar el esternón, que los interrumpe don Arnulfo, -- así cuando vamos a acabar, con su machete y un leño le dio golpes secos, el hueso cedió, metió las manos y con fuerza separo las costillas, el tórax estaba lleno de un liquido sanguinolento, un pedazo de la sabana lo metían y lo exprimían, explorando con la mano.—no vamos a encontrar la bala, así que seguimos, tomaron el cráneo y yo casi grito, sus ojos gelatinosos, reflejaban la luz, se movían como si me estuvieran viendo, y esa risa macabra, de burla, me lleno de horror, hicieron un corte de oreja a oreja pasando por arriba del cráneo, la piel y los pelos se pegaban en los guantes, un colgajo le cubrió la cara, lo cual me reconforto mucho, el otro bajo hacia tras, dejando el cráneo expuesto, para facilitar el corte don Arnulfo le atravesó una cruz de madera por la nuca, la segueta fue haciendo un corte en la circunferencia, mientras salía un liquido transparente y baboso, con el machete le levantaron la tapa, dejando expuesto el cerebro, metieron la mano hasta la base y con un corte lo desprendieron, era realmente impresionante ver un cerebro humano en las manos de alguien, lo metieron en el pecho y procedieron a cerrar, a colocar todo, la caja en la tumba, tapar el hoyo, poner unas flores, nos fuimos pero yo llevaba la imagen clavada de aquella cara, que me esta viendo, dicen que por el día llegaron a caballo las autoridades, sacaron el cuerpo solo le echaron un vistazo y dijeron la autopsia si fue hecha, por la noche llego mi padre y mi hermano Miguel y todos corrimos a recibirlo mi Madre y hermanos nos unimos en un abrazo familiar, la pesadilla terminaba. No tenia la intención de extenderme tanto pero no podía omitir la siguiente crónica relacionada con los mismos acontecimientos, alguien puso una denuncia en contra del Dr. Ciro Zapata Lara, por falsedad de documentos oficiales, con una orden de aprensión, se presentaron cuatro judiciales, fue arrestado en su casa y amarrado como el mas terrible maleante, se lo llevaban caminando por el camino viejo a Tepexi, noticia que se extendió como reguero de pólvora por todo el pueblo, don Louis Marroquín , don Juan Rodríguez Guzmán conocido como Juan Guzmán de baja estatura pero con los pantalones bien puestos, que siempre vistió al estilo jarocho y don Martín Balbuena que en contraste con el anterior alto y corpulento, se fueron bien armados interceptándolos por el camino de agua chica, arriba de donde ahora están los tres postes, amagaron a los judiciales, liberaron a mi Papa, les regresaron sus armas sin cartuchos y los corrieron.

A pesar de los concejos mi Padre se presento en Tepexi al siguiente día lo llevo don Vidal en un carro que le decían el “palomo” por el nos enteramos que se quedaba preso, días después de mi primera narración cuando todo parecía en paz, Don Martín golpeo al que puso la denuncia, escándalo conocido en todo el pueblo, lo llevo a rastras por las calles, le gritaba que ya debía muchas que según estaba involucrado en algunos acecinatos, lo hincó y le puso la pistola en la cabeza, el pobre tipo se orino en el pantalón. Cuando saludo a don Martín tan apacible y educado me cuesta trabajo imaginarlo tan violento, abría que preguntarle que lo movió a eso.

Aprovecho este espacio para dar las gracias a esos hombres verdaderos héroes, que no dudaron en perderlo todo por un amigo. A la memoria del Dr. Ciro Zapata Lara, primer médico en el Municipio de Zacapala Pue. Hechos acontecidos en noviembre de 1967 ahora sus restos descansan en el mismo panteón al que hago referencia.

Por respeto a las familias afectadas algunos nombres fueron cambiados u omitidos.


Manuel Zapata R